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María, nuestra Madre y nuestra Guía, acoge con maternal solicitud esta súplica que te dirijo [...] y guía todos mis pensamientos, deseos, palabras y obras, para que siempre cumpla la voluntad de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén
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Mater Christi es una institución de Vida Consagrada que se dedica a atender a los sectores más desfavorecidos por la sociedad. Nace en 1975, en Madrid, gracias a la inquietud de un grupo de personas convencidas de que la recuperación, rehabilitación y reinserción social de los desfavorecidos es posible desde una relación personal, en sus propios ambientes, siguiendo el camino de la evangelización y siempre de la mano de María, nuestra Madre y nuestra Guía y abiertos al Espíritu Santo que con sus Dones nos orienta y marca el camino a recorrer.
Acudimos a lugares frecuentados por personas atrapadas por la prostitución, ludopatía, alcoholismo... y tratamos de hablar con ellas para conocer su situación y ofrecerles nuestra ayuda. Con quienes libremente la aceptan, iniciamos un estudio de su caso con contactos frecuentes atendiéndoles a la vez en todo lo que necesiten a nivel psicológico, clínico, material, familiar...Nuestro objetivo es lograr su recuperación y reinserción en la sociedad completando el proceso con medios de formación que le faciliten su integración en el ámbito laboral, social y familiar.
Ser una persona en toda su dignidad. Ser hijo de Dios.
Mater Christi vive vive dentro de la Iglesia Católica la Secularidad Consagrada. los Miembros Consagrados viven su vocación de Consagración a Dios en Pobreza, Castidad y Obediencia.
Mater Christi cuenta con una rama de Colaboradores y de Bienhechores de Mater Christi que son una parte muy valiosa de la Institución para el desarrollo de la actividad de Mater Christi.
Con este Título se invoca a la Virgen María en Mater Christi desde los albores de su Fundación. Bajo su Maternidad Divina, aquel puñado de jóvenes comenzó una andadura cargada de grandes ilusiones y propósitos.
Y así, una espiritualidad marcada por una sincera y honda devoción mariana, abría paso inmediatamente a una experiencia trinitaria en la que se mostraba y vivía una vida cristiana en torno a la Santísima Trinidad.
María, nuestra Madre y nuestra Guía, acoge con maternal solicitud esta súplica que te dirijo [...] y guía todos mis pensamientos, deseos, palabras y obras, para que siempre cumpla la voluntad de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén
Anualmente a finales del mes de Agosto, Mater Christi celebra los Ejercicios Espirituales. De manera On-Line
Mensualmente, en el 2º Domingo, Mater Christi celebra Retiros Espirituales de forma On-Line.
Semanalmente, todos los domingos, Mater Christi organiza Grupos de Oración.TFNO.: 91 532 91 92
He sido cristiano siempre, simplemente porque me habían bautizado en mi más tierna infancia; también es verdad que procuré practicar mi religión de aquella manera que vi en mis mayores...
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Leer MásNemesia Espejo Blanco, era su nombre. Había nacido en Dos Torres (Córdoba), el día 3 de marzo de 1915, y falleció, se puede afirmar con toda rotundidad, en la Paz del Señor el día 3 de...
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He sido cristiano siempre, simplemente porque me habían bautizado en mi más tierna infancia; también es verdad que procuré practicar mi religión de aquella manera que vi en mis mayores, y que ahora comprendo que era un poco deficiente, tanto en mi acogida del Amor que Dios me tiene, como la vida que yo tenía que ofrecerle y que se limitaba a unos cuantos minutos a la semana, y eso si asistía a Misa el domingo. Sí, también alguna oración cada día, pero, no más..
Digo esto porque cuando oía en la Iglesia que había que evangelizar no era capaz de entenderlo bien, pues ir a evangelizar siempre lo había entendido como ir a tierra de no creyentes para convertirlos a la Fe de Jesucristo e incorporarlos a la Iglesia Católica, y eso me parecía que ni tan siquiera pudiéramos hacerlo la mayoría a los que nos insistían que había que evangelizar.
Y mira por donde, resultó que lo tuve que comprender en mi propia persona cuando a pesar de ser católico por haber sido bautizado, también necesité ser evangelizado para poder vivir la FE con responsabilidad y con coherencia de vida y comportamientos, sabiendo que queramos o no nuestra vida es un testimonio continuo; otra cosa será la clase de testimonio que se da según la vida que se lleve.
Lo entendí en primera persona cuando me encontré con dos personas que finalmente me evangelizaron. Me explicaré.
Como ya he dicho anteriormente, soy cristiano desde hace 39 años que nací en una familia también cristiana pero con unas circunstancias concretas, como las que se dan en todas las familias, pero que en mi caso parece que me condicionó bastante el que mi padre fuera extraordinariamente autoritario y mi madre tuviera que “navegar” entre el marido intransigente y los hijos que se defendían como podían de la inflexibilidad paterna.
En la apariencia todo era normal. Dejando a mis hermanos y hermanas a un lado, yo tuve que estudiar, no lo que me gustaba sino lo que me impusieron, no donde quería, sino donde se me dijo, y estamos hablando ya, como es lógico, de la adolescencia y primera juventud.
Es verdad que pasaron aquellos años no demasiado felices, pero había que hacerlo, y adelante.
Terminados los estudios, salí de mi casa, según yo en perfecta y total libertad, a buscar caminos de vida. Todo fue bien: encontré un buen trabajo, conocí a una mujer buena, sensata, que colmaba todas mis aspiraciones, razón por la que nos casamos, tuvimos dos hijos, y todo marchó bien.
Pero surgió en mí, cuando tenía en torno a los treinta años, una situación interior que no di importancia en un primer momento, pero que, poco a poco, se fue adueñando de mi vida. Se trataba de sentir miedo de cosas que razonándolas eran un tanto absurdas, como tantas veces con gran comprensión me ayudaba mi esposa a comprenderlo.
Pero fue pasando el tiempo y esa presencia interior perturbadora cada vez sentía que se hacía más intensa, más fuerte en mí, llegando a condicionar mucho mis comportamientos.
Cada día ir al trabajo, mantener la convivencia familiar, tener que hacer frente cada a la vida cuando despertaba, era como un auténtico martirio, porque paulatinamente iba perdiendo la concentración que se necesita para cualquiera de las actividades que se debían abordar, a cambio de mantenerme en unas (ahora digo) absurdas obsesiones, que llegaban a aterrorizarme y como consecuencia me paralizaban.
Lógicamente, la diferente medicación que se me había recetado para todo esto me ayudaba a descansar, pero lo cierto es que mi mente y mis sensaciones volvían una y otra vez a “atraparme” y a “paralizarme” paulatina y progresivamente.
Estando en estas, un día que paseaba por un parque fue cuando me encontré con aquellas dos personas que antes mencioné. Yo, siempre que hablaba con alguien, mostraba mis temores, mis miedos, mis inseguridades…
Ellos me escucharon atentamente. No eran como otras personas, que enseguida comenzaban a quitarle importancia a lo que decía, sino que escuchaban y tan solo hacían alguna pregunta para aclarar lo que yo les decía.
Después de una hora y pico nos despedimos, pero ellos me ofrecieron volver a vernos y seguir hablando, yo acepté inmediatamente, porque me sentí comprendido y para nada reconvenido. ¡Qué alivio!, me decía a mí mismo.
Llegué a casa, se lo comenté a mi esposa, y continuó todo igual. Ella, más tarde, ha reconocido que aquella noche, al oírme contarla la experiencia que había tenido, se sintió también un poco aliviada.
A los pocos días volvimos a encontrarnos y volvimos a lo mismo. Ellos intentaban que hablara de otras cosas: familia, trabajo, hijos…., pero yo volvía una y otra vez a mis miedos obsesivos y paralizantes.
Así se comenzó una relación amistosa en la que se sucedían los encuentros, y en los que me iba sintiendo muy bien, porque no sólo me sentía comprendido, sino que iba viendo que aquellos miedos, poca entidad tenían al ir descubriendo lo que es mantener un encuentro con el Señor Jesús y una relación asidua con Él en la oración y posteriormente en los sacramentos también.
Un día salió la conversación de la evangelización como la principal misión de la Iglesia y de todos los católicos, y cuál fue mi sorpresa al comprobar que yo había recibido una ayuda importante para conocer a Jesucristo, y había sido acompañado a un encuentro definitivo con el Señor. Era verdad, yo había sido evangelizado.
Han pasado unos años, tres largos, y la vida me ha cambiado. Todo lo veo de distinta forma. Cuando me quieren asaltar miedos u otro tipo de perturbaciones, sé que nada debo ni puedo temer cuando, por la gracia de Dios, vivo unido a mi Dios y Señor.
También he aprendido que la Virgen María es la Madre que Cristo nos dio y que tan atenta está a nuestras necesidades.
Ella también es clave importante en la acción evangelizadora en la que estoy implicándome de la mano de MATER CHRISTI.
Hay momentos en la vida, que incluso se pueden convertir hasta en largo periodos de tiempo, en los que una persona no es capaz de ver más allá.
Vive bajo la influencia de una situación concreta que la beneficia o la perjudica, según qué, pero que la condiciona de tal forma que no la deja darse cuenta del alcance real de lo que está viviendo, ni tampoco de las consecuencias que puede tener tal comportamiento a medio o largo plazo.
Algo así me pasó a mi cuando inesperadamente pasé de ser una esposa feliz, una mujer satisfecha de la vida, a la soledad total por la pérdida de mi esposo.
No teníamos hijos y aunque en un primer momento no me faltaron los familiares y amigos que me apoyaban, el paso de los días y la incapacidad por mi parte de entender lo que había pasado y hacer el proceso lógico de la asimilación correspondiente, me llevó a no saber enfrentarme al vacío terrible que te deja la desaparición de la persona que lo era “todo” en mi vida.
Se ha hablado y habla mucho de la soledad como algo negativo; ahora, pasados los años, no creo que la soledad sea intrínsecamente mala e innecesaria en la vida de las personas, sino todo lo contrario.
Es verdad que el ser humano tiene una querencia natural a convivir con los demás y a relacionarse comunitariamente, pero el problema surge cuando se pierde el control y se rechaza lo “natural” para dar paso al “error” de la mano de unos argumentos y justificaciones, sino falsos, al menos equivocados.
Estas reflexiones nacen de mi experiencia, que me han invitado a compartir con los lectores de “al margen” y esta página web.
Como ya he dicho anteriormente, me quedé viuda a la edad de 48 años, y como se dice, “de la noche a la mañana” me encontré sola, sin comprender cómo era posible que hubiese ocurrido y sin tener en mi casa a nadie en quien apoyarme, pues además de no haber hijos, el matrimonio había sido tan intenso en todos los aspectos que lo llenaba todo el uno para el otro. Así habíamos asumido lo que entendimos como desdicha, al no haber conseguido que llegaran los hijos.
Aunque no puedo tener ninguna queja del comportamiento de familiares y amigos en aquellos momentos, ni tampoco del apoyo de los compañeros del trabajo, lo cierto que a la vuelta de ocho o diez meses yo me había dejado atrapar por una devastadora soledad, que me empujó a vivir, primero en el desconcierto, y más tarde en la huida hacia adelante, cuando engañada por lo que yo misma justificaba como la lógica y necesaria distracción, terminé completamente pillada por el juego.
No creo que sea necesario relatar todo el camino recorrido hacia una ruina moral y material a la que me encaminé y viví durante una larga temporada, pues en nuestra sociedad se conoce muy bien estas realidades de verdadera esclavitud en las personas.
A esta devastadora dependencia del juego, había que unir la vida de falsedad y de ejercicio de la mentira para poder mantener el mínimo de un status respetable y respetado que siempre se había mantenido en nuestro hogar, aunque hay que reconocer que llega un momento es que aunque uno no se lo crea, los otros ya perciben que algo no funciona bien.
Sumida en la ruina moral y material apuntada, horrorizada por el horizonte cerrado que se cernía frente a mí, y apaleada por la mal entendida y mal asumida soledad, un buen día me tropecé, como se dice coloquialmente, con dos personas que se sentaron a mi lado en la calle interesándose por mi estado, pues decían tenían muy mala cara.
Aquello me extrañó sobremanera: ¿Cómo era posible que se exteriorizara tanto mi tragedia interior?, pero el abatimiento que me envolvía en aquel momento era tan grande, que no puse ninguna resistencia a su interés por mí, a pesar de haberlo hecho antes, infinidad de veces, con compañeros, amigos, etc.
Tras una larguísima conversación comprendí el gran error en el que estaba viviendo al haberme yo misma engañado con el verdadero sentido que tiene la soledad en la vida personal.
No había sabido comprender lo que realmente en la soledad, ni su importancia en la propia vida cuando se asume y se aprovecha en todas la dimensiones y en los aspectos que enriquece la vida de las personas, sin ocultar ilusoriamente su caras más amargas y duras, que también las puede mostrar en no pocos momentos.
Tuve que volver a retomar aquellos momentos en los que la vida me cambió por completo al perder a mi esposo, y recomenzar a hacer un camino en orden, según pide mi estado de vida.
Ha costado, está costando mucho esfuerzo, pero cuento con el apoyo de MATER CHRISTI. Ellos me han ayudado a volver al encuentro y reconciliación con mi trabajo, que siempre me gustó mucho; y de la misma manera también con familiares y amigos de los que me había ido retirando poco a poco.
Y, sobre todo, a descubrir los valores positivos que se pueden encontrar en la soledad personal, en los momentos que cada persona tiene sola consigo misma, que ahora comprendo son muy importantes cuando se saben administrar y ocupar bien.
El camino no ha sido ni fácil ni cómodo, pero merece la pena recorrerlo.
Desde la distancia del tiempo lo veo todavía más cerca, más dentro de mí, y me doy más cuenta de todo lo que me ha rodeado o vaciado en este tiempo de sufrimiento.
Escribir sobre el duelo no es fácil. El contar las fases por las que un ser humano pasa después de la pérdida de un ser querido sería baldío, porque en psicología está bien determinado. Pero esto sería un duelo estándar, como un manual de "duelo piloto" que no niego que le ocurra a miles de personas, pero no a mí.
Desde un principio rechacé la negación, sentimiento que dicen se experimenta nada más irse tu ser querido. Yo no. Yo acepté rápidamente que mi querida hermana, con la que vivía y compartíamos todo, no estaría ya más a mi lado y nunca el subconsciente me jugó una mala pasada ni me traicionó.
Se había ido después de soportar estoicamente una enfermedad que arrasa todo menos la dignidad.
Desde el minuto cero supe que Él se la había llevado para Él. Pero aun sabiendo eso no me consolaba, porque humanamente eres egoísta y quieres que siga a tu lado.
Él se interpuso y me quitó todos mis afectos. Los que se llevó a su presencia y los que, con gran engaño, creía tener y que viven todavía.
Por eso mi dolor no era un dolor al uso. Era un dolor con daños colaterales.
¿Qué hacer ante esto? ¿Cómo mirar la Cruz sin reprocharle nada? ¿Cómo no decir..., Tú ganas, déjame en paz?
¿Cómo gestionar esta angustia vital? Difícil tarea tuve.
Hice una travesía con los ojos cerrados, sólo dejándome guiar por Él. No veía. No entendía. Me moría de tristeza y dolor. Estaba enferma del alma, pero sólo tenía una cosa clara: que Él era mi roca, mi guía, mi camino y mi sustento.
Todas las noches abrazaba a la almohada como si abrazara a la cruz, e igual que Santa Teresita de Lisieux recitaba.... "sí, sí, qué bien. Sí sí qué bien", luego me dormía con la cara humedecida por las lágrimas y lo único que sabía y sentía era Él.
Sigo sin entender el sentido del dolor, pero lo que sí entiendo es que prefiero tener dolor con Él, que vivir sin sufrimiento pero sin Él. A eso me agarraba durante los años de duelo.
Ahora ha pasado el tiempo y he de decir que hasta hace poco, mi mente se bloqueó siendo incapaz de hacer una oración de petición. Yo me abandonaba en Él, pero no le pedía nada. Pero un día, sin yo esperarlo, fui a misa y dije: Señor, ahora voy a verte a tu casa, Maestro, voy con una petición muy importante. Tú ya la sabes pero haz como si no la supieras. Haz que sea nueva.
Yo llamo a tu puerta y la Virgen me abre, entonces le pregunto que si estás, Ella me contesta que sí y que te pondrás muy contento al saber que he venido a verte. Me hará pasar y me dirá si quiero tomar algo, yo le diré que de momento no, más tarde cuando comulgue, que he venido porque estoy muy angustiada y quiero pedirle un favor importantísimo, entonces Ella me dice que no me preocupe, que me tranquilice, que Tú me ayudarás.
Yo le digo que interceda por mí, que a su madre no le niegas nada, y la Virgen, mirándome con una ternura infinita, me dice que lo hará lo mismo que lo hizo cuando el vino en Canaá; entonces yo le pido perdón por tenerla olvidada, pero Ella no se molesta, y yo me inclino para besarle los pies pero no me deja, me coge la cara con sus santísimas manos y me enjuga las lágrimas y me dice "Estas lágrimas que ahora derramas de amor, te harán muy feliz".
Entonces entras Tu, Señor mío, y al verte me pongo de rodillas ante Ti, y lloro, lloro desconsoladamente porque me conmueves, y te digo, Maestro, soy tu esclava, Tú lo sabes, he venido aquí para que me ayudes porque necesito algo de Ti. ¿Algo?, me contestas, y yo te digo: no, TODO, y te digo mi petición.
La Virgen está en un rincón y me sigue mirando con ternura y luego te mira a Ti.
Me dices: te ayudaré, mi Madre así lo quiere; y yo por poco me desmayo de alivio, de alegría, pero Tú me preguntas, y ¿cuándo te lo dé, te olvidarás de esta Casa?, y yo temblando te digo que no, que nunca pase eso, si no prefiero que no me lo des. Entonces Tú me sonríes y la Virgencita da un suspiro también. Yo no quepo en mi de gozo, y tu Madre me dice ¿quieres ahora tomar algo? Yo le digo que sí, Madre mía quiero tomar a Dios, su Cuerpo, entonces me acerco a comulgar, y te doy gracias infinitas por todos los favores que vienes haciéndome y por éste tan especial para mí. Me despido de los dos. Os digo que os quiero mucho y que no me dejéis de vuestra mano. Me arrodillo y entonces sí que me dejáis que os bese vuestros preciosísimos pies. Me bendices. La Virgen me levanta del suelo y salgo más feliz que nadie en el mundo.
Nemesia Espejo Blanco, era su nombre.
Había nacido en Dos Torres (Córdoba), el día 3 de marzo de 1915, y falleció, se puede afirmar con toda rotundidad, en la Paz del Señor el día 3 de abril de 2012, Martes Santo, en la Sede de MATER CHRISTI en Madrid.
Durante los últimos doce años vivió una larga enfermedad producida por un ictus cerebral, que la había llevado progresivamente a una inmovilidad prácticamente total.
En la Hermana Nemesia se cumplió el dicho popular: “murió como había vivido”.
Durante toda la enfermedad, nunca se le observó gesto alguno de desesperanza o de rechazo de la situación que vivía, y que la llevó finalmente a la postración.
Como su carácter era abierto y alegre, siempre conservó la sonrisa pronta y espontanea, particularmente cuando, perdida el habla, mostraba su gratitud al recibir alguna de las atenciones propias del estado en el que se encontraba, con esa sonrisa sencilla, limpia y transparente que tenía.
Tres horas antes del fallecimiento, ya en un estado de suma gravedad, fue consciente de la presencia del Párroco, que le administró la Unción de los Enfermos, quedando a partir de ese momento en una gran paz en medio de la agonía que ya se hizo irreversible.
Se hace difícil dar testimonio de su vida en tan reducido espacio por la cantidad de matices que albergaba su corazón, y que expresó siempre en unos comportamientos sostenidos por la sencillez y la profunda Fe que la sostuvo a lo largo de toda su dilatada vida.
Como alma escogida de Dios, el Señor Jesús la hizo partícipe generosamente de su Cruz durante toda su vida. Ella siempre respondió desde la aceptación humilde y sencilla de todo lo que la pasaba, de forma que se puede decir que en alguna de aquellas situaciones más crudas que vivió en la participación de la Cruz de Cristo, respondió con verdadero heroísmo.
La Hermana Nemesia tenía, como ya queda dicho, un carácter alegre y abierto, pero también fuerte y firme cuando ante ella aparecía lo que entendía como una injusticia o mal comportamiento, sobre todo de alguna de las personas de su cercanía.
Con toda sencillez, como era ella, hacía la observación que entendía necesaria para advertir y corregir aquella conducta que era reprobable según el Amor y la Ley de Dios.
La mentira era otra cosa que le resultaba intolerable, y aunque le costara hacer un gran esfuerzo, con gran cariño la señalaba para corregirla desde el mismo Amor de Dios.
Amante de todas las personas, de las que nunca se la conoció acepción, estaba atenta siempre a las circunstancias o necesidades de los demás, intentando siempre remediarlas si estaba a su alcance, pero siempre expresando su comprensión misericordiosa hacia el corazón herido y sufriente.
Le era imposible pasar delante de un pobre sin socorrerle de la manera que tuviera a su alcance, aunque solo fuera con alguna moneda de poco valor, pues tampoco ella disponía de mucho.
Entre las muchas pruebas por las que la vida le hizo pasar, podemos indicar la pérdida de su esposo con tan solo 35 años, quedándole cuatro hijos, la mayor con 9 años y el más pequeño con 2 años, teniendo que sufrir 6 años más tarde de la muerte del esposo, el fallecimiento de su segundo hijo con 14 años, enfermo de corazón.
Tampoco, nunca se la conoció queja alguna por aquella dificilísima situación prolongada en el tiempo, y sí, en cambio, mostró su gran solidez en la fe y en la confianza en Dios, pues además de que corrían los años complicados y de gran escasez de la postguerra, su situación acaecida por el fallecimiento del esposo la había dejado en una gran precariedad económica.
Preocupada y ocupada solamente en sus hijos, les sacó adelante con su trabajo, con su gran sacrifico y con su gran ejemplo, pudiendo llegar a darles los estudios que su padre había deseado que tuvieran.
Mujer extraordinariamente amante de la vida ordenada en todos los aspectos, inculcó en sus hijos y en cuantos la conocieron los grandes valores de una vida metódica, ordenada y rica en lo que es una gran estabilidad emocional. Y viene aquí al recuerdo de una frase que suele repetir con frecuencia el Fundador de MATER CHRISTI, que dice: “Donde no hay orden no hay santidad”, viéndose cumplida en el aspecto positivo en la Hermana Nemesia.
Pasados los años y cumplida la misión de hacer de sus hijos unas personas capaces de afrontar sus propias vidas con la autonomía propia, se entregó a la vida en Dios, que si bien siempre había tenido, ahora sería en totalidad.
Se reveló un alma profundamente orante, que pasaba largos ratos en oración ante el Santísimo, tantos como le permitía el tiempo disponible, incluso bastantes años antes de que sufriera la enfermedad que la tuvo inmovilizada los últimos doce años, escuchaba la Santa Misa varias veces al día, y cuando se la decía que por qué oía tantas Misas, siempre contestaba: “por las que algún día no podré escuchar”, lo que resultó como una profecía sobre sí misma.
Siempre que se le decía algo de las muchas horas que cada día pasaba en la Iglesia con el Señor, ella, con su gracia cordobesa y el gran señorío que tenía, contestaba: “las cositas de Dios, cuantas más, mejor”, y marchaba siempre alegre, dando a cuantos encontraba la palabra sencilla y alentadora, buscando acercarlos a su grandes AMORES: Cristo y la Virgen María, que en la advocación de Loreto, fue su gran consuelo, compañera y maestra en los arduos y difíciles años vividos, particularmente cuando se encontró sola ante la pérdida de su marido y con cuatro niños a los que educar, como madre y supliendo la ausencia del padre.
Gran amante de la Iglesia, no permitía que se hablara mal de ella, ni tampoco de los sacerdotes, y cuando no podía evitar esos comentarios, se la veía sufrir interiormente.
Como se puede atisbar por estos renglones apresurados, nuestra Hermana Nemesia, Madre más que Hermana, vivió profundamente las virtudes teologales a lo largo de su dilatada vida.
Sirva, pues, este testimonio sobre su persona, para Gloria a Dios por su hija Nemesia, que siempre le fue fiel y que ahora confiamos vive ya en su presencia santa y en la bienaventuranza de la plenitud de la Paz y del Amor de la Santísima Trinidad. Amén.
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