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Mater Christi, Meditaciones Diarias | por Emilio Castrillón Hernández

  • Meditación del día:

Buenos días en el Día del Señor.

Conviene recordar que el domingo es cuando celebramos los cristianos el triunfo de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte, expresado en su Resurrección gloriosa.

Y conviene recordar que esta celebración se expresa en la participación de la Santa Misa, compartiendo con el resto del Pueblo de Dios la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía.

Sin olvidar que siempre habrá impedimentos y disculpas para dejar el encuentro con Dios ‘para luego’, quedándose fuera de lo que se haga ese día, porque se han antepuesto otras cosas que siempre serán menos importantes que la Celebración de la Eucaristía y que la dedicación al Señor del tiempo necesario para el encuentro y la oración personal, igualmente necesaria.

El Papa San Juan Pablo II escribió la Carta Apostólica ‘Dies Domini’, sobre la Santificación del Domingo, que es digna de conocerse y mirarse como en un espejo para ver las actitudes propias que mantenemos ante el Día del Señor.

En el número 84 dice: "El domingo, establecido como sostén de la vida cristiana, tiene naturalmente un valor de testimonio y de anuncio. Día de oración, de comunión y de alegría, repercute en la sociedad irradiando energías de vida y motivos de esperanza... El domingo es una invitación a mirar hacia adelante; es el día en el que la comunidad cristiana clama a Cristo su «Marana tha, ¡Señor, ven!» (1 Co 16,22). En este clamor de esperanza y de espera, el domingo acompaña y sostiene la esperanza de los hombres. Y de domingo en domingo, la comunidad cristiana iluminada por Cristo camina hacia el domingo sin fin de la Jerusalén celestial, cuando se completará en todas sus facetas la mística Ciudad de Dios, que «no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero» (Ap 21,23).

Aprovechemos, pues, para ir perfeccionando la propia vivencia del Domingo, dedicando al Señor lo mejor de nosotros mismos, porque los beneficios que recibiremos a cambio no tendrán comparación.

Y al Señor Resucitado le imploramos que nos conceda cumplir su enseñanza de ser Luz del mundo y Sal de la tierra (Mt 5,14). AMÉN.


Emilio Castrillón
MATER CHRISTI
Madrid - España



Meditaciones: Virgen María

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