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Mater Christi, Meditaciones Diarias | por Emilio Castrillón Hernández

  • Meditación del día:

Buenos días.

Estamos celebrando hoy uno de los santos más popular y significativo en la Iglesia: San Agustín de Hipona.

San Agustín encaminó a la filosofía y la teología por la ruta de la cooperación, de tal manera que quedaron sentadas las bases de la doctrina cristiana, como depositaria de la verdad, aquella que inquieta el corazón del ser humano y que se plenifica en el encuentro con lo divino.

Poseedor de una fineza espiritual y una profundidad intelectual extraordinarias, Agustín no sólo ha dejado una huella indeleble en la tradición eclesiástica latina, sino que su pensamiento ha producido un impacto decisivo en la ciencia occidental.
En San Agustín toda alma que busca la verdad encuentra un amigo seguro y fiable. Por eso es el patrono de "los que buscan a Dios”.

A San Agustín se le cuenta entre los Padres de la Iglesia, y forma parte también de la lista de sus Doctores. Fue un brillante orador, filósofo y teólogo, autor de célebres textos entre los que se encuentran las Confesiones y La ciudad de Dios. Sirvió a la Iglesia como sacerdote y obispo.

Acercarse a la vida de San Agustín es de una riqueza extraordinaria, tanto por su extensión como por su intensidad.
Vivió una vida libertina, dada a los placeres mundanos. Convivió con una mujer durante catorce años, con la que tuvo un hijo de nombre Adeodato, quien murió muy joven. Antes de su conversión al cristianismo, pretendió hacerse de fama y prestigio.

Posteriormente conoció a San Ambrosio, Obispo de Milán, cuyo testimonio y habilidad retórica le impresionaron como nada ni nadie lo había hecho antes. Un día, cuando Agustín estaba en un jardín, sumido en una profunda melancolía, escuchó la voz de un niño que le decía: "Toma y lee; toma y lee". El santo abrió, al azar, una biblia; sus ojos se posaron en lo primero que vio: el capítulo 13 de la carta de San Pablo a los romanos. Este decía: "Nada de comilonas ni borracheras; nada de lujurias y desenfrenos... Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias" (Rom 13,13-14). Aquel texto le tocó el alma y aceleró su proceso de conversión. En ese momento resolvió cambiar de vida según Cristo, empezando por renunciar a los placeres carnales y ser casto.

"Tarde te amé, oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé”, escribirá San Agustín en sus Confesiones.

Encomendemos hoy a San Agustín nuestra propia conversión y la de todas las personas que vivimos en este mundo. AMÉN.


Emilio Castrillón
MATER CHRISTI
Madrid - España



Meditaciones: Virgen María

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